Doña Carlota Megía y D. Eduardo García-Goyena


El apellido Megía o Mejía está presente en algunas personas que tuvieron propiedades en el Puente de Vallecas. Es el caso de Juan Ponce de León Megía y Juan de Vargas Mejía:
Una buena parte de los terrenos del Puente de Vallecas pertenecieron al Mayorazgo de Luis Cerdeño y Monzón, que en 1683 era caballero del Orden de Santiago y miembro del Consejo de Castilla y de las Indias, y Francisca Luisa de Olano, cuyo título ostentaba en 1838 Teresa Ponce de León y Cerdeño. El “testamento de Juan Ponce de León Megía, otorgado en virtud de poder del mismo por Luis Rodrigo Ponce de León. (Testimonio: Andújar, 4 agosto 1735)” puede encontrarse en Fondo de los condes de Gómara y fondo de la familia Arias de Saavedra.
La misma fuente se refiere al testamento otorgado por Juan de Vargas Mejia (en esa fuente también existen relaciones entre los apellidos Vargas, Mejia, Megía, Dávila, Saavedra, Ponce de León,..., comunes a principios del siglo XX en Vallecas). El Mayorazgo de Vargas era uno de los propietarios de tierras en la zona.

ADQUSICIÓN DE TIERRAS EN VALLECAS

Entre las personas adineradas que compraron fincas subastadas por el Estado en las proximidades del Arroyo Abroñigal, a mediados del siglo XIX, se encontraba Carlota Megía, esposa de Eduardo García-Goyena y García, aunque es también probable que sus propiedades en el Puente de Vallecas procedieran de una herencia del Mayorazgo de Luis de Cerdeño o del Mayorazgo de Vargas. El hecho es que en los terrenos de su propiedad los esposos Eduardo y Carlota crearon el barrio conocido después como Doña Carlota.
En el Diario de Avisos de Madrid del jueves 23 de junio de 1831 (Biblioteca Nacional de España) se avisa de la “subasta (de) la hacienda llamada Pavones, y antes Palacio de Valderibas, sita en término del lugar de Vallecas, compuesta de 450 fanegas de tierra…”.
“Los campesinos aparceros (…) no pueden acudir a las subastas por ser éstas de grandes lotes o fincas con precios para ellos inasequibles. Agentes de cambio y bolsa de Madrid y otras familias adineradas como Francisco de la Presilla y Ortiz de Taranco, Carlota Mejía (sic) de Goyena, Villota y Dupret, Molinuevo, Laborde y Andrés,… acumulan bonos del estado adquiridos a bajo precio debido a la depreciación de los mismos, porque el estado no tiene dinero para amortizarlos (…). Las fincas antes en posesión del clero pasan a posesión de los ricos, pues se pueden pagar con bonos del estado. A mediados del siglo XIX unas pocas familias son poseedoras de la mayoría de las tierras del Puente de Vallecas: Francisco de la Presilla, Carlota Mejía de Goyena, Villota y Dupret, Molinuevo, Laborde y Andrés,...” (Apuntes sobre la Historia de Puente de Vallecas. Vicente Martín Morales)
En el siguiente plano de 1875 puede verse la finca de Dña. Carlota, al norte; la Basílica de Atocha (ángulo superior izda.), unida a Vallecas por la Ctra. de Madrid, cruzando el arroyo Abroñigal —con vegetación abundante en su ribera derecha— por el puente de Vallecas; vías del ferrocarril; las escasas edificaciones de Nueva Numancia —posadas y lugares de venta en su mayoría— y una pequeña manzana, propiedad de la familia de la Presilla seguramente; el Portazgo, junto a la vereda con su nombre.



VIDA DE DOÑA CARLOTA. EL BARRIO AL QUE DIO NOMBRE

Según la misma fuente -Vicente Martín Morales-, Carlota Megía era sevillana, y el matrimonio no tuvo hijos. “Su esposo, Eduardo García-Goyena y García, era abogado desde 1850 y fue vocal de la comisión de redacción del Código Civil (1888) junto a Alonso Martínez; empresario de líneas de ferrocarril, y fábrica de ladrillos (al menos desde 1876)”.
Los padres de Eduardo fueron Florencio García-Goyena y Juana García. Florencio García-Goyena Orovia nació en Tafalla, Navarra, en 1783, y fue Ministro de Justica y Presidente del Gobierno entre septiembre y octubre de 1847 (Wikipedia) y debió tener posesiones en el barrio (una calle ya se llamaba San Florencio en 1900); falleció en 1855. Catorce años después fallece su esposa Juana.

Gracias al periodista Alfredo Rivera conocemos algo más de la vida de doña Carlota. El Imparcial del 20 de enero de 1927 publica “El barrio de Doña Carlota. Su origen, formación y desarrollo” donde se refiere a la antigüedad del barrio de “una curiosa y emocionante historia”, al origen del nombre y a la persona de doña Carlota, de la que “no se conserva documento alguno” en el Ayuntamiento de Vallecas y solo era conocida “la pretérita existencia de una dama que se llamó doña Carlota y que por sus obras caritativas legó su nombre a la posteridad”. Hubo que “bucear otros fondos” para hallar “los restos del naufragio de una vida: la vida ejemplarísima de doria Carlota Mejía”:
“La denominación de este barrio relativamente moderno, pues apenas contará medio siglo de existencia, sonó siempre en nuestros oídos, desde la más tierna infancia, como algo anexo a la villa, como una prolongación de la urbe, pedazo del viejo Madrid.
Antojábasenos el barrio de Doña Carlota un barrio más afecto al Municipio madrileño, acaso por la popularidad que en poco tiempo alcanzó su nombre entre los habitantes de la villa; y, sin embargo, aquella agrupación de vecinos fabricaron sus nidos fuera del término municipal de Madrid, en la jurisdicción del Ayuntamiento de Vallecas.
En fuerza de nombrar el barrio de Doria Carlota, de oír correr su nombre de boca en boca, habíamos llegado a suponerle un remoto origen, una antigüedad que no tiene; pero antiguo o moderno, de vieja o reciente formación, como todos los núcleos vecinales, desde la humilde aldea a la más fastuosa urbe, el barrio de Doña Carlota tiene también una curiosa y emocionante historia.
¿Por qué ese barrio objeto hoy de nuestra atención se denomina de Doña Carlota? ¿Quién fué doña Carlota y qué influjo ejerció entre las gentes para que al lugar en que se emplazó el precitado barrio se le diese su nombre?
No fué fácil tarea averiguarlo. Ni en el Ayuntamiento de Vallecas se conserva documento alguno que pudiera trazarnos el camino de la investigación, ni los más viejos vecinos de la barriada conocían hecho alguno que no fuera en concreto la pretérita existencia de una dama que se llamó doña Carlota y que por sus obras caritativas legó su nombre a la posteridad.
Poco era esto, ciertamente, para satisfacer la curiosidad pública, y ante el fracaso dímonos a bucear otros fondos, en los que, por fin, hallamos los restos del naufragio de una vida: la vida ejemplarísima de doria Carlota Mejía, dama de grandes virtudes que supo conquistar con sus obras pías el amor de sus semejantes y el recuerdo imperecedero de los desamparados a quienes tendió su manto protector.
He aquí su historia y sus andanzas.
Allá por el año de 1875 un matrimonio, constituido por el ilustre jurisconsulto D. Eduardo García Goyena y doña Carlota Mejía, sevillana de nacimiento, estableciéronse en Madrid, recién llegados de Cuba, donde los esposos poseían grandes bienes de fortuna.
La señora, enderezando, sin duda, su voluntad hacia una idea fija y obsesionante, adquirió una enorme extensión de terrenos en las márgenes del famoso Arroyo Abroñigal, a la izquierda del Puente de Vallecas; y allí, en aquellas soledades, donde no existía otra manifestación de vida que un modesto tejar denominado del Tío Quico y un mesón, que hoy se llama El Cortijo, hizo construir una casa de labor, en la que, asistida de algunos sirvientes, pasaba largas temporadas.
Merendero de "El Cortijo", situado en el Puente de Vallecas, inundado por las aguas que causaron grandes destrozos (1917).
Foto: Salazar
La dueña del merendero (x) con su familia, que han quedado en la miseria. Foto: Marín

Ya en vida, doña Carlota hízose popular en la barriada del Puente de Vallecas, integrada en aquel entonces por modestísimos obreros o indigentes en número de unos 400.
En sus diarios paseos por aquellos lugares dejaba siempre grata huella de su paso. Ni un solo día púsose el padre Sol sin que la ilustre sevillana remediara algunas desgracias.
Pellizcando de continuo en su bolsa, es fama que sus obras caritativas agotaban su renta anual, y aun hubo años que liquidó con déficit. Su mano pródiga llamaba a las puertas de los hogares fríos para llevar consuelo a los desheredados; aplacó hambres, cubrió desnudeces, enjugó lágrimas y desterró miserias.
Su nombre era sagrado en los míseros cobijos de sus convecinos, que le eran familiares; tanto y tanto los frecuentaba. Cierto día –aun existe un hijo del protagonista de este emocionante episodio– un labrador regresaba a su casa de un campo próximo con su yunta de bueyes. Una crecida del Arroyo Abroñigal produjo un desbordamiento de las aguas y la impetuosa corriente arrastró a los animales, que perecieron ahogados.
El labrador, reducido a la miseria en unos minutos, lloraba sin consuelo su espantosa desgracia, cuando de improviso aparecióse ante él, como por milagro divino, la nobilísima señora. Consoló al triste y le dió ánimos para soportar su derrumbamiento en la pobreza. Al siguiente día el labrador al dejar el lecho, y a la vista de los suyos, sintió gravitar con mayor fuerza aun el peso de su desventura y se dispuso a salir, quién sabe con qué siniestros fines.
Su sorpresa y su júbilo no reconocieron límites. Dios había hecho un milagro. En la puerta, reposaban dos magníficos bueyes uncidos a una yunta.
El milagro lo había hecho Dios, sin duda; pero quiso hacerlo por mano de la virtuosa sevillana doña Carlota Mejía.
La muerte de doña Carlota constituyó un duelo general en todos los hogares del Puente de Vallecas.
Quiso la ilustre dama que al desaparecer de entre los vivos no se borrara su recuerdo, y disponía en su testamento que todos los inmensos terrenos adquiridos por ella en torno a la casa de labor se le adjudicaran a los pobres, con las condiciones de constituir por su propio esfuerzo modestísimas viviendas y que el barrio que se formara llevase su nombre.
Instituyó, además, multitud de mandas para sus criados, Asociaciones de Caridad, Asilos, Hospitales y multitud de personas, y dispuso que, a perpetuidad, se diese en el barrio a los indigentes una sopa todos los días.
Asimismo dejó dispuesto que se construyese una iglesia en el citado grupo vecinal.
El esposo de la finada, D. Eduardo García Goyena, dió cumplimiento a las disposiciones testamentarias, si bien gravó con un censo de dos o tres pesetas anuales cada cierto número de pies de terrenos; censos que cedió en beneficio de la Institución benéfica Hermanitos de los Pobres, establecida en la Costanilla de San Pedro.
El barrio llamado de Doña Carlota se construyó en cinco años, existiendo ya en 1885, y se le dotó de su iglesia, cumpliendo los deseos de la testadora.
Su viudo contrajo segundas nupcias con doña Sabina Bellido, y muerto sin dejar hijos de ninguno de sus dos matrimonios, legó la mayoría de sus bienes a las instituciones de Beneficencia,
Hoy el barrio de Doña Carlota, enclavado a la izquierda del Puente de Vallecas, entre éste y el barrio de La Elipa, sobre el cegado arroyo Abroñigal, consta de unos 800 vecinos.
Viven todavía muchos de los primitivos propietarios de los terrenos que hubieron de recibir gratuitamente; pero otros murieron, y la mayoría de las casas son hoy alquiladas por sus dueños. Otras fueron vendidas.
La casa que fué de doña Carlota, llamada pomposamente hotel por aquellos moradores, y que figura en el grabado que avalora esta información, se conserva en el centro del barrio, y es hoy propiedad de doña María Espinosa.

Andando el tiempo, hacia el año 1906 se fundó un Casino obrero, con la denominación de La Benéfica Carloteña, que preside el alcalde del barrio D. Ramón Ortega en el que se da enseñanza primaria a 150 niños.
El Casino y sus servicios se costean con las cuotas de 170 socios, a razón de 1,75 pesetas, y una subvención de 300 que concede el Municipio de Vallecas. Como ya hemos dicho, todavía los pobres, al recibir la sopa, no ya diaria, como dispuso en una clausula testamentaria doña Carlota, sino alterna, con lo que se ha reducido la limosna a quince días por mes, bendicen el nombre de la institutora.
Y he aquí cómo logró su propósito de perpetuar su nombre y de que sus virtudes y caridades pasaran a la posteridad la ilustre y nobilísima dama andaluza doña Carlota Mejía de García Goyena".

SUS ÚLTIMAS VOLUNTADES

En enero de 1885 fallece Carlota Megía. En la esquela publicada el día siguiente (La Correspondencia de España. 8-1-1885) se dice que la casa mortuoria estaba en la calle del Arco de Santa María 30 y sus restos descansaron en el cementerio de la Sacramental de San Isidro.
En otra página del mismo periódico se da la noticia, considerándola como una mujer “virtuosa (…), amantísima esposa, sincera amiga y siempre propicia a ejercitar la caridad”:

[“Esta madrugada ha fallecido en esta corte, víctima de repentina enfermedad, la virtuosa Sra. Dª Carlota Megía, esposa de nuestro particular amigo el reputado jurisconsulto D. Eduardo García Goyena.
Amantísima esposa, sincera amiga y siempre propicia a ejercitar la caridad, representa su muerte, irreparable pérdida no ya solo para su infortunado esposo, sino para cuantos conocían y admiraron las envidiables prendas de la finada”.]
En su última voluntad doña Carlota deja “dispuesto que en los extensos terrenos de que era propietaria se construyera un barrio que llevara su nombre (…). Cumpliendo lo dispuesto por la testadora, su esposo, D. Eduardo Goyena, fallecido seis años há, facilitó los medios para las primeras construcciones, consistentes en casas modestas, que agrupadas armónicamente en calles amplias y espaciosas, no tardaron en construir un barrio sano y populoso (…)” (ABC, 4-8-1906).
[El periodista continúa describiendo que “En el barrio de Doña Carlota hay todo aquello que es privativo de la iniciativa popular: una iglesia construida á expensas de la fundadora, escuela de párvulos, establecimientos de todas clases, y tabernas, ¡muchas tabernas! (…). Pero (…), en cambio faltan agua y medios de comunicación. A no ser por unos cuantos pozos que suministran el precioso líquido, la vida de aquel vecindario sería imposible (…), porque el agua de Lozoya no se conoce allí más que por referencia, salvo aquellos que la pagan á buen precio para que se la lleven desde el puente de Vallecas”.]

EL DULCE NOMBRE DE MARÍA

En la parte más noble del lugar se había construido un palacete y, a la muerte de Carlota, Eduardo se encargó de hacer cumplir los deseos de su esposa y se construye una ermita dedicada a la advocación del Dulce Nombre de María, creando una Capellanía: en enero 1896 se nombra “capellán cumplidor de la capellanía fundada por D. Eduardo García Goyena en el barrio de Doña Carlota (Pacífico) a Antonio Febrero” (Unión Católica, 14-1-1896).
Tres años antes, El Liberal (1-6-1893) informa que “debido a la generosa cooperación de la Asociación Católica de señoras de Madrid, de la que es presidenta la señora condesa de Superunda, en breve plazo empezará la construcción de una iglesia en el inmediato barrio de Doña Carlota. Los vecinos todos se muestran muy complacidos por la próxima realización de una de las mejoras que más se hacían sentir, y que ha de proporcionar grandes beneficios á las personas piadosas y á la causa de la religión”.
Y en 1897 ya hay constancia de la ermita del Dulce Nombre de María, situada en el barrio de Doña Carlota y costeada por Carlota Megía:

En una esquela de D. Florencio García-Goyena, Dª Juana García de García-Goyena y Dª Sabina Bellido de García-Goyena, “suplica D. Eduardo García-Goyena a sus amigos encomendarles a Dios (…). Todas las misas que se digan (…) durante todo el presente mes en la capilla del Dulce Nombre de María (Barrio de Doña Carlota) se aplicarán por las almas de dichos señores” (La Correspondencia de España, 3-6-1897).
Como ya sabemos, D. Florencio y Dª Juana eran los padres de D. Eduardo y fallecieron el 3-6-1855 y el 5-6-1869, respectivamente. Eduardo Gartcía-Goyena había contraído segundas nupcias con Dª Sabina Bellido, fallecida el 4-6-1895. Del este segundo matrimonio tampoco nacieron hijos.
En 1899 todavía se publica una esquela de doña Carlota, fallecida catorce años antes, en la que también se dice que “Todas las misas que (…) se digan durante todo el mes en la capilla del Dulce Nombre de María, del barrio de doña Carlota, se aplicarán por el alma de dicha señora” (La Correspondencia de España, 8-1-1899)

Barrio de doña Carlota en 1900
Entre las calles D. Eduardo y Santa Teresa, Posesión de D. Eduardo
(Plano de Madrid y Pueblos colindantes al empezar el siglo XX. Facundo Cañada López.

 © CCHS-CSIC, 2013 © CSIC

DON EDUARDO

En 1901 fallece D. Eduardo y La Correspondencia de España (30-1-1901) da la noticia. En ella se destaca su figura ‒“Pocas figuras tan respetables como la suya habrán pasado más inadvertidas para la generalidad de las gentes de su tiempo”; “Consagró su vida entera al estudio y al trabajo: acrecentó con sus sabios consejos la fortuna de muchos sin preocuparse de la suya”; “Prototipo de honradez, bondadoso en su trato, distinguido hasta el extremo y revelando en los rasgos de su carácter y en la firmeza de su voluntad la sangre navarra, de que blasonaba frecuentemente”; y “expresó el deseo de que fuera el entierro suyo como el del hombre más pobre y abandonado del mundo”:
“A las once de la mañana de ayer, y en una de las más humildes sepulturas que la Sacramental de San Isidro destina á los pobres, ha recibido cristiana inhumación el cadáver de aquel sabio jurisconsulto y eminente civilista español que se llamó D. Eduardo García Goyena.
Pocas figuras tan respetables como la suya habrán pasado más inadvertidas para la generalidad de las gentes de su tiempo. Hombre de inteligencia privilegiada; de vasta ilustración, con universalidad de conocimientos y de un saber profundo en todos ellos, no comprendía la palabra dificultad: con el mismo acierto é igual brillantez que planteaba y resolvía un problema jurídico, dirigía la complejidad de industrias que pudieran reunirse en una granja agrícola, proyectaba un ferrocarril y solucionaba arduas cuestiones financieras.
«Peón de mano» de su padre, según feliz expresión suya, en la labor de aquel hermoso monumento que el ilustre D. Florencio legó á la posteridad con el modesto título de «Concordancias», fué bastante más que «peón», cuando D. Manuel Alonso Martínez demandó para su Código el concurso de García-Goyena. Consagró su vida entera al estudio y al trabajo: acrecentó con sus sabios consejos la fortuna de muchos sin preocuparse de la suya, y sinceramente modesto, nunca quiso ser nada ni desempeñar puesto alguno. Únicamente aceptó el cargo de vocal auxiliar de la Comisión general de Códigos, para tomar parte en sus deliberaciones, antes de que se promulgase el civil que hoy nos rige, y no volvió a la Comisión una vez inserto el Código en la Gaceta.
Prototipo de honradez, bondadoso en su trato, distinguido hasta el extremo y revelando en los rasgos de su carácter y en la firmeza de su voluntad la sangre navarra, de que blasonaba frecuentemente, deja entre los que se honraron con su amistad, un vacío que no se llenará nunca y una memoria perdurable. Aunque cumpliendo rigurosamente sus albaceas el postrimer mandato suyo, no se hizo invitación de ninguna especie para su sepelio, pues expresó el deseo de que fuera el entierro suyo como el del hombre más pobre y abandonado del mundo, ninguno de sus íntimos dejó esta mañana de acompañar su cadáver hasta el sepulcro”.

En el plano fotográfico de Madrid de 1927 puede verse la finca (2 hectáreas) y palacete de D. Eduardo con forma pentagonal. Al norte, la fachada y el frente (unos 150 m) dando a la plaza, donde se levanta la iglesia del Dulce Nombre de María.

Años después, la ermita del Dulce Nombre de María desapareció y se construyó una iglesia que, pasado el tiempo, fue derruida y reconstruida con otro diseño. En la imagen posterior de 1928, muy conocida, puede verse en la plaza de doña Carlota la iglesia del Dulce Nombre de María. A la derecha, balcones del palacete de Dª Carlota y D. Eduardo.


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Fuente principal: Apuntes sobre la Historia de Puente de Vallecas. Vicente Martín Morales

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