El Cerro del Tío Pío (I)


Pío Felipe Fernández, el Tío Felipe, nació en Piedralaves, provincia de Ávila, en 1862. En 1867 su familia emigró a Madrid. Unos años después, la familia de Aniceta Budia de la Cruz, niña entonces, se trasladó también a la capital desde Villalba, Cuenca (Un Cerro de ilusiones, Juan Jiménez Mancha). Ambas familias se asentaron en Vallecas, donde se conocieron Pío y Aniceta, diez años menor que él, y pasado el tiempo contrajeron matrimonio.
En 1906 Pío Felipe es elegido vocal de la Junta directiva del Centro Instructivo de Obreros Republicanos de Nueva Numancia y Doña Carlota. En la reunión previa de la Junta general, celebrada el 16 de diciembre de 1906, fue elegido Presidente honorario D. Nicolás Salmerón y Alonso, que había sido presidente de la Primera República en 1873 durante mes y medio y dimitió del cargo alegando problemas de conciencia ante la firma de unas condenas a muerte.
Pío era un hombre emprendedor y amigo de las relaciones sociales. Si en 1906 trabaja activamente en el Centro Republicano que había en Vallecas, en 1928 es elegido vocal del Comité Central del Centro Social Ciudadano y Ateneo de Vallecas, cuyo domicilio social se inauguró el domingo 1 de abril de ese año en la carretera de Valencia (actual Avda. de la Albufera) nº 53. A la junta general, celebrada ese día, asistió gran número de socios y resultó elegida por unanimidad la candidatura de la que formaba parte Pío Felipe.

[La Junta Directiva quedó compuesta de 15 miembros y el Comité Central de 26. Entre los elegidos había algunos personajes conocidos de la barriada: Francisco Rodríguez Espinosa, Emilio Franco y Alejandro Mayordomo –párroco y teniente mayor de San Ramón, respectivamente–, Juan Roiz, Carlos Ruiz del Castillo, Pío Felipe Fernández, Venancio Martín Pinilla. (La Libertad, 11-4-1928)]

Sobre 1918 Pío Felipe decide comprar unas parcelas en un cerro cercano al Portazgo, paso obligado de la carretera que comunicaba Madrid con el pueblo de Vallecas y donde se cobraban los impuestos por la entrada y salida de mercancías de consumo (fielato). En una de aquellas parcelas, el Tío Pío construye una casa para vivienda de su familia:

“Ángeles Manzaneque, sobrina nieta de Pío Felipe, explica que los terrenos que compró su familiar pertenecían a la Hacienda de los Pavones, que sembraba trigo y cebada: “Se lo vendieron con la condición de que siguieran teniendo uso agrícola”. Sin embargo, Pío construyó su casa y luego levantó alrededor otras viviendas que alquiló.” (Una atalaya para ver la capital. Fran Serrato, Diario El País 19-8-2017).
Según Juan Jiménez Mancha, autor de Un Cerro de ilusiones, su vivienda fue la primera levantada en la zona: “Era una casa de cuatro habitaciones construida en 1918 que disponía de un establo, base de un lucrativo negocio de recogida de basuras y chatarra que reciclaba para un nuevo uso. Su humilde pero próspero negocio se convertiría en el punto más característico del lugar”.
[Juan Antonio Cebrián de Miguel, en su tesis doctoral Aproximación a la Geografía Social del Suburbio Madrileño-El Cerro del Tío Pío, concluye que antes de 1916 no aparece ningún dato fehaciente de la existencia del núcleo. Eso manifiesta la edición de ese año de la hoja de Madrid del mapa topográfico nacional; aún así el autor sitúa el nacimiento del núcleo en la primera decena del siglo XX, basándose en consideraciones posteriores.]
Según Julián Galán–el Tío Julián o el señor Julián–, un compañero de trabajo de Pío Felipe que llegó con él a El Cerro en 1918, “el Tío Felipe (…) compró unos terrenos, hizo un corral y se dedicó a la recogida de basuras (y) la gente empezó a venirse a vivir a El Cerro allá por los años veinte”.
[La afirmación de Julián Galán puede encontrarse en el libro Antes, más y mejor de Lázaro Linares:
“Julián Galán, aunque en El Cerro todo el mundo le conocía como Tío Julián, (es) un hombre con mucha historia, puesto que fue nada menos que cofundador de El Cerro. Un día me reveló su misterio:
—Vine aquí por el año 1918, con el Tío Felipe, un compañero de trabajo, que me parece que era de Ávila. Él compró unos terrenos, hizo un corral y se dedicó a la recogida de basuras, un negocio que viste poco, pero que rinde. Yo apañé unos terrenos de renta para labrar y cuidaba del ganado de mi propiedad. La gente empezó a venirse a vivir a El Cerro a poco de cuando Primo de Rivera trajo la dictadura, allá por los años veinte. Después, en la guerra, perdí todo el ganado. Así que estoy como estaba: ni he subido ni he bajado.
Me gustaba charlar con aquel hombre, que tenía una conversación y una filosofía de la vida verdaderamente singulares”.]

La zona era conocida como Palomar de Rivera y ya se llamaba así anteriormente a 1826. En ese año se publica el siguiente aviso:

“Se subasta por término de treinta días una casa en el lugar de Vallecas, Plazuela de Alfaro, que su sitio comprende 3.661 pies, para uso de un labrador, tasada en 5.940 rs.; y asimismo cinco pedazos de tierra de pan llevar y retamar (…); uno de 2 fanegas, 8 celemines y 6 estadales, donde dicen Palomar de Ribera…” (Diario de Avisos de Madrid, 7-12-1826)
Y en febrero de 1927, refiriéndose a la misma casa y pedazos de tierra, se sitúa el Palomar de Rivera en un lugar cercano al camino de Valderrivas:
“Por providéncia del Sr. D. Matías Herrero Prieto (…), se ha señalado el dia 6 del actual y hora de las once de su mañana, para el remate de una casa en el lugar de Vallecas y plazuela de Alfaro, que su sitio comprende 3.661 pies, para uso de un labrador (…) y asímismo cinco pedazos de tierra, á saber, uno (…) donde dicen Palomar de Rivera, en término y jurisdicción de Vallecas, linde el camino que va de este lugar á Madrid, titulado el camino de Valde-Rivas y tierra de Eugenio Damas, y otra de Cárlos Soldado, vecinos de dicho pueblo…” (Diario de Avisos de Madrid, 3-2-1827)
Si la referencia al “camino de Valde-Rivas“ ya indica aproximadamente la situación del lugar, un anuncio publicado en 1898 de la subasta de una tierra en el Palomar de Rivera no deja dudas sobre su ubicación, coincidente con la del actual Cerro del Tío Pío, aunque de mayor extensión, probablemente:
En enero de ese año se subasta por impago de “D. José Guallart Dazanzo, una tierra en el Palomar de Rivera, de ocho fanegas: linda N., camino de Valderribas, S., vereda de Valderribas; E., Soliveres. y O., Manuel López.” (B.O. de la Provincia de Madrid, 10-1-1898).

También se cita el lugar como Palomar de Rivera –una parte, por aquella época, propiedad de Rogelio Folgueras– en una noticia de un hecho luctuoso, acaecido en 1919 en el Alto del Arenal, un año después de asentarse Pío Felipe en aquel paraje. La notica, cabe suponer, llegaría a oídos de nuestro personaje.







En el mapa de Facundo Cañada (1900) pueden verse el Portazgo (en la parte inferior, junto a la Carretera de Valencia), el arroyo del Pato de la Rivera y, más arriba, una zona de tejares en el lugar donde compró Pío Felipe las parcelas, propiedad de la Hacienda de Pavones.
(Plano de Madrid y Pueblos colindantes al empezar el siglo XX.
Facundo Cañada López, © CCHS-CSIC , 2013 © CSIC)

[El ‘hecho luctuoso’ se publicó en El Imparcial el 3 de enero de 1919:

“… dos muchachos, que dijeron ser vecinos de Vallecas y llamarse Marcelino Díaz Marco, de veinticuatro años, y Mariano Infantes, de veintiuno, aseguraron que, yendo hacia el puente, al pasar por la linde del sitio conocido por Palomar de Rivera, propiedad del ex alcalde de Vallecas D. Rogelio Folgueras, habían visto, junto a una cortadura que hacía el terreno y frente a una pequeña charca, un saco que abultaba mucho y estaba medio enterrado (…).
Un pastor (también) vió hace ocho o diez días por las inmediaciones del Palomar de Rivera a un sujeto desconocido que llevaba un gran envoltorio y un azadón.
Igualmente, una muchachita que vive en una casa pequeña cercana al Alto del Arenal asegura que el sábado último, al abrir las maderas de la ventana, vió, ya bien entrada la noche, a un desconocido que daba señales de impaciencia, a juzgar por sus rápidos paseos. Como hacía frío, la joven se metió en la cama y no advirtió nada más. ¿Quién es este misterioso sujeto?... ¿Será un mismo individuo el que vieron el pastor y la chica?...”]
Por último, en lo referente al nombre del paraje, recogemos la publicación de un decreto del Ministerio de Industria donde queda manifiesto que el nombre de Palomar de Rivera sigue siendo oficial en 1953, aunque ya fuera más conocido como Cerro del Tío Pío. Por el texto del decreto puede deducirse la existencia de una cerámica que ocupó unos terrenos que pertenecieron a la familia Villota:
“DECRETO de 4 de diciembre de 1953 por el que se concede a la empresa Cerámica Lipsa, el derecho a acogerse a los beneficios de la Ley de Expropiación Forzosa para adquirir dos parcelas de terreno, propiedad de don Pablo, don Isidro y doña María Villota Diez, sita en el paraje Palomar de Rivera, del barrio del Puente de Vallecas, término municipal de Madrid.” (BOE 23/12/1953).
[Los tejares y cerámicas constituyen una industria característica de esta zona de Madrid. Por su constitución geológica es una de las canteras de mayor calidad y proximidad a la aglomeración de Madrid de materias primas arcillosas y yesíferas.]

El asentamiento ya se conocía oficialmente como Barrio de Pío en 1925 y en el padrón municipal de ese año figuraba bajo esa denominación como un núcleo propio. En 1930 pasó a llamarse Colonia Pío Felipe. El nombre de Aniceta Budia aparece además al margen de las hojas del padrón como referencia del lugar. La vía de acceso se designaba ya Camino de Pío Felipe (Un Cerro de ilusiones, J.J.M.).

[En el mapa topográfico de 1929 leemos Barrio de Pío Felipe y la vía principal ya es Calle de Pío Felipe (Plano de Madrid 1929, ©Ayuntamiento de Madrid ©CSIC). El límite por el norte era el Camino de Valderribas (actual Benjamín Palencia) y el barrio se extendía unos 150 metros hacia el sur. La marginalidad del barrio era ostensible, siendo su vía de accesibilidad natural el Camino de Valderribas (“Solo cuando se construye a principios de los 60 la calle que, subiendo desde la Avda. de la Albufera, topa con Tajamar, mejora la accesibilidad del núcleo, Posteriormente, la apertura de la nueva autopista de Valencia, cambiará por completo el panorama.” (Juan Antonio Cebrián de Miguel). El mismo lugar puede verse en la foto de la derecha, tomada en 1927 (Vuelo fotográfico de Madrid, ©Ayuntamiento de Madrid).]
En el padrón municipal de 1925 hay empadronadas 90 personas, distribuidas en 22 viviendas y Pío Felipe encabezaba el listado de vecinos:

“Estaba inscrito con el oficio de jornalero junto a su esposa y sus hijos solteros Demóstenes, Ángel, Mariano y Luis. La familia, según el padrón, llevaba residiendo en Vallecas sin interrupción ocho años. Todos los miembros sabían leer y escribir. En otra casa figuraba inscrito el hijo mayor, Eugenio, junto a su mujer y sus tres hijos. Llevaba nueve años en Vallecas.
De los 90 empadronados, 73 no sabían ni leer ni escribir. La práctica totalidad de matrimonios estaban formados por inmigrantes. La mayoría de los adultos procedían de pueblos de Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid. Otros, en menor proporción, de Valladolid, y era unitaria la presencia de llegados de localidades de Ávila, Jaén, Segovia, Soria, Teruel y Alicante. Nacidos en Vallecas solo había un varón casado y casi todos los hijos de los matrimonios. No figuraba ni un solo hombre que no fuera jornalero. Estas primeras casas del Cerro eran más grandes que las edificadas tras la guerra; por lo general tenían tres o cuatro pequeñas habitaciones” (Un Cerro de ilusiones, J.J.M.).
Cinco años después, en 1930, con Pío y Aniceta vivían dos hijos solteros, Mariano y Luis. Otro casado, Nicolás, que no residía en la colina en 1925, había abierto casa; mientras que Eugenio, el mayor de los hermanos, seguía manteniendo la suya. En otra vivienda había empezado a vivir María Felipe Giménez, seguramente una sobrina de Pío (Ibídem).
En total, figuraban ese año en el padrón 136 habitantes en 29 viviendas. A estos números habría que sumar los de las familias no empadronadas y los de otras casas cercanas que, aunque estaban en el Cerro, su domicilio oficial pertenecía a calles o espacios adyacentes.

“En la edición de 1932 de la hoja de Madrid del topográfico (…) también aparece dibujado un conjunto similar al del plano de 1929 (…); el núcleo (está) rodeado de un conjunto de edificaciones mínimas, desordenadas, muy próximas unas de otras, que no cabe interpretarlas como casas rurales y que tienen que ser, a la fuerza, un núcleo de chabolas” (Juan Antonio Cebrián de Miguel).
Durante los últimos años de la década de los 40 y primeros de los 50, coincidiendo con el aumento ingente de la emigración, se construye prácticamente todo el resto de viviendas de la zona y en 1960 el núcleo ya está construido. A partir de ese momento, la construcción de viviendas queda paralizada. Su extensión en 1957 puede verse en la siguiente foto aérea (Vuelo fotográfico de Madrid 1956-57, (©Instituto Geográfico Nacional)):
El paisaje se describe con acierto en Un cerro de ilusiones: “En lo alto del Cerro, a continuación de las (viviendas), se extendían terrenos de cultivo que llegaban hasta la actual carretera de Valencia. La única vía de tránsito era la actual calle de Pío Felipe, entonces un maltrecho sendero, con frecuencia embarrado al igual que el resto de la colina”.

La corriente inmigratoria, antes de la guerra civil, había crecido continua pero moderadamente y se acelera bruscamente en torno a los años 1945-46. Los datos del censo, recogidos por Juan Antonio Cebrián, indican que hasta 1950 la población se nutre mayoritariamente de seis provincias de la región central: Toledo (19%); Madrid, Guadalajara, Cuenca, Ciudad Real y Ávila (43,3%). Tan solo nos encontramos con la excepción de Jaén (15,4%), que se presenta como la segunda en importancia. Otras provincias de procedencia minoritaria son Huelva, Córdoba y Murcia. Y en 1960 la provincia de mayor procedencia es Jaén, con un 13,5%, y le siguen Toledo (11,7%), Cáceres (11,4%), Cuenca, Ciudad Real, Badajoz, Guadalajara y Córdoba.

En 1950 la población del barrio es de 544 personas, y en 1960 aparecen empadronadas un total de 4.148 personas (Es probable que en ese crecimiento influyera la anexión de Vallecas a la ciudad de Madrid, ocurrida en diciembre de 1950), de las que 1.627 –el 39%– residen en chabolas. “La colonización del espacio se realizará de dos maneras: algunos ocuparán una pequeña parcela y la edificarán con materiales de desecho, pero más o menos apropiados; otros se refugiarán en cuevas o bajo techado construido por ellos mismos con materiales de ínfima calidad”.
Después de consultar el padrón municipal de 1960, se pueden contabilizar en los alrededores de núcleo de viviendas de mayor solidez, un conjunto de 358 chabolas y cuevas, distribuidos en tres conjuntos principales: Final de Enrique Velasco (Cerro del Hoyo), Camino Alto de Valderribas (Cerro del Tío Pío) y Tejar de Luis Gómez.
Tejar de Luis Gómez (1970)
En cuanto a las condiciones de vida, una vecina de nombre Luisa, que llegó al Cerro del Tío Pío en 1952, y un vecino –Antonio Pérez– que llegó de Córdoba en 1956 con tan solo siete años, nos cuentan que “no había ni luz ni agua, traída a veces por los militares en un depósito” (“El agua no llegó hasta 1963, en que el ayuntamiento instaló una o dos fuentes públicas; no existía alcantarillado; la luz se sustraía de los postes del alumbrado”, Juan Jiménez Mancha) y que “se vendían parcelas a sabiendas de que no se podía construir. La gente levantaba sus chabolas de noche con la ayuda de amigos, vecinos y familiares. Al día siguiente las tiraban, a no ser que pagaran a los guardias”, para que hicieran la vista gorda (Una atalaya para ver la capital, F.S.). En 1960 más del 40% de la población activa trabaja en la construcción y, en cuanto al nivel de instrucción, si en 1950 no sabe leer ni escribir el 27% de la población del barrio, en 1960 ese porcentaje es del 22%. La reducción parece de escasa importancia, teniendo en cuenta la evolución claramente positiva de los niveles de instrucción durante la década.
Miguel Siguán publica en el CSIC el libro Del campo al suburbio en 1959 y describe la zona como sigue:
“Son barriadas sumamente pobres, situadas en el km 6 de la carretera de Valencia. Hasta hace poco eran tierras de labor. Luego fueron parceladas y edificadas clandestinamente. Los habitantes proceden casi en su totalidad de Jaén y Córdoba. Trabajan en el peonaje de la construcción.
El aspecto de la barriada es muy variado. Abundan las chabolas pobrísimas cubiertas de latas y sacos viejos, sujetos por piedras. Están distribuidas sin ninguna ordenación, buscando el abrigo de cualquier montículo.
Hay también cuevas, socavadas en el desmonte, que se abren al exterior por un agujero que sirve de puerta y de única ventilación. Algunas de las calles son grandes, constan de tres piezas y están blanqueadas e incluso decoradas.
En la parte más alta del Cerro del Tío Pío hay unas doscientas casitas que, aunque de construcción simple, tienen un cierto orden y recuerdan los barrios pobres del cinturón de Madrid.
El Cerro de Valderribas es un pequeño montículo contiguo al Cerro del Tío Pío. En él se encuentra un aglomerado de chabolas muy pobres apoyadas unas en otras formando calles estrechas y tortuosas por cuyo centro discurre un reguero de agua sucia y maloliente alimentado por los vertederos de las casas.
En estos cerros los terrenos se han vendido alrededor de las 8000 ptas. por parcela. Las casas se construían en una sola noche. Puede calculárselas un coste aproximado de 2000 ptas. en materiales, no hace falta contar la mano de obra, pues las construirían los propios interesados.
Son construcciones tan bajas que parecen para una población liliputiense. Y el conjunto tiene un claro aire andaluz. Las casas están muy blanqueadas. A poco que el tiempo lo permita todo el mundo está en la calle. Grupos de niños descalzos y semidesnudos. Mujeres sentadas a la puerta con un niño en brazos. Viejos tomando el sol. Vendedores ambulantes ofreciendo a gritos su mercancía. Un hombre con aspecto agitanado, con sombrero de paja, tira de un burro con cuatro cántaros y pregona agua. Y por debajo de este espectáculo pintoresco, la triste realidad de la miseria. Uno estaría dispuesto a creer que se encuentra en un pueblo pobre si no supiera que aquí no hay cultivos de ninguna clase y que esta gente solo vive de lo que rebaña de la ciudad.” (La cita aparece recogida en Juan Antonio Cebrián de Miguel.)
Y, según Juan Jiménez Mancha, “Las chabolas poseían una altura que rondaba los dos metros. La superficie que ocupaban oscilaba entre los 30 y los 60 metros cuadrados, con una o dos habitaciones para alojar a extensas proles (…).
Se edificaban en una sola noche para sortear la presencia del ayuntamiento, y más desde 1958, cuando se prohibió la construcción de chabolas, de ahí que los moradores se valiesen de la ayuda de familiares y vecinos para finalizar rápidamente las obras. El problema no radicaba en la ocupación del suelo, porque las familias pagaban una pequeña renta a los propietarios de los terrenos, sino en la falta de licencia de construcción. Una vez levantadas ya no podían ser derribadas por las autoridades (…).
Solo dos o tres calles eran más anchas para acoger el tránsito principal. La falta absoluta de agua convirtió la figura del aguador, con su burro y cántaros a cuestas, en cotidiana. Surgieron pequeñas tiendas de comestibles y tabernas (…). La convivencia entre los habitantes, a pesar de la dureza de sus vidas, era ejemplar.
Debido al aumento de población, se dejó el sistema de numeración de chabolas (chabola nº 1, nº 2, etc.) y se dio nombre a las calles. Nacieron así topónimos hoy míticos, como las calles de Picote, Pico Cueto, Puerto Vegarada, Monte Tejado, Villa de Dios, Wenceslao Pérez, Hermanos Merino, Sierra Boñal, Sierra Valcayo, etc. También pertenecían al Cerro dos calles homenaje a los primeros pobladores: la de Pío Felipe, que sustituyó al camino del mismo nombre en 1958, y la de Aniceta Budia”.

Hacia 1957 llega a la colonia una mujer –la Madre Ángela– que sería largamente recordada con profundo agradecimiento por los habitantes del lugar.

“Se llamaba María Ángela López Chillón y había nacido en Toro (Zamora) el 10 de septiembre de 1922. Se hizo monja de la orden de las Oblatas. Su familia poseía una fábrica de harinas. Tenía amigos influyentes con dinero a los que visitaba frecuentemente para lograr ingresos económicos o nuevos recursos. Persona con carácter, incluso para algunos altiva, pero alegre, habladora y, sobre todo, muy humana. Enseguida se integró entre los vecinos.”
(Un cerro de ilusiones. Historia del Cerro del Tío Pío. Juan Jiménez Mancha)
Realizó, con la ayuda de otras novicias, en especial la madre María Teresa, “una labor incansable por el bien de los demás. No querían limitarse a acciones caritativas, sino también preparar a la gente para que pudiera valerse por sí misma.” (Ibídem)
Como lugar de reunión, promovió la construcción de tres barracones de madera, que también sirvieron de cobijo en tiempos de frío. “La madre Ángela fundó la Orden de Misioneras de Jesús Divino Obrero, con la madre Rosario Velasco a su lado. Fruto de esa iniciativa, fue la creación de un centro de enseñanza primaria y una guardería con comedores gratuitos, ambos con sede en los barracones. Abrió poco después un dispensario y la primera iglesia, también llamada Jesús Divino Obrero” (Íbidem), aunque no fue sede parroquial hasta 1965, ya bajo la advocación de San Alberto Magno, cuyo primer párroco fue Don José Luis Saura, sacerdote del Opus Dei.
La madre Ángela “organizaba excursiones y jornadas de convivencia, facilitaba ropa a gente necesitada, entregaba leche en polvo a gran parte del vecindario y organizaba talleres para aprender oficios. También ponía inyecciones, gracias a su título de practicante, adquirido en 1955 (…). Invitó a gente famosa que colaboró en sus iniciativas, como Lilí Álvarez, primera tenista española en ganar el torneo de Wimbledon, y a la hermana de la reina Fabiola de Bélgica.” (Íbidem)
También dio cobijo a jóvenes seminaristas de la orden de los marianistas antes de su ordenación como sacerdotes en Francia. Aquellos jóvenes colaboraron con la madre Ángela en la mejora de la vida de los vecinos.
Los dos primeros en llegar fueron Jesús Plaza e Ignacio del Pons, que hizo una magnífica labor, pero falleció pronto debido a una enfermedad renal que arrastraba ya al llegar a Vallecas. Llegaron poco después de la madre Ángela, hacia 1960 (…). El padre Jesús Plaza realizó una intensa y meritoria labor en la colonia, aunque con los años fue pasando a un segundo plano ante el trabajo de otros marianistas.
José Luis Saura, una vez nombrado párroco San Alberto Magno, tomó el relevo de la madre Ángela, de sus misioneras y de los marianistas.
La madre Ángela y aquel primer grupo de marianistas se mudaron a Palomeras, donde continuaron con su encomiable labor social.



Correo electrónico:jlghpv15@gmail.com
FUENTES PRINCIPALES:
Aproximación a la Geografía Social del Suburbio Madrileño-El Cerro del Tío Pío, tesis de Juan Antonio Cebrián de Miguel.
Un Cerro de ilusiones, Juan Jiménez Mancha.
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Comentarios

  1. Con mucha curiosidad leo esta historia de Vallecas, que aunque vallecana desconocía. Gracias, me ha hecho recordar muchos momentos vividos.

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    1. Gracias por el comentario. De eso se trata: que muchos vallecanos -y no vallecanos- conozcamos nuestra historia tan rica y disfrutemos con ello.

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  2. Podrían publicar fotos de las casitas de la calle Monte tejado número 1 al lado estaba la tienda de ultramarinos del señor Alfredo ,yo era una niña y donde yo vivi no había chabolas eran casitas de planta baja. Gracias por

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    1. Antes de nada, gracias por su comentario. Si dispone de esas fotos que me dice, no tendría inconveniente en publicarlas -alguna, al menos-, es más, me encantaría poder hacerlo. Podría enviármelas a través del email que aparece al final del artículo.

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